¿Tienes la sensación de no tener tiempo para nada?¿Te sientes inútil si no estás trabajando o produciendo algo todo el tiempo? ¿Te descubres con frecuencia llevando trabajo a tu casa? ¿Recibes reclamos de tu familiares que no les prestas atención cuando te hablan? ¿No puedes desconectar de las preocupaciones incluso cuando intentas descansar? ¿Te crees indispensable en las tareas que realizas? Si tienes algunas de estas experiencias quizá te encuentras inmerso en el proceso de adicción a la acción. Son los así llamados “workaholics”. En vez de trabajar para vivir, viven para trabajar.
Nadie puede dudar de la importancia que tiene la acción en nuestros días. La acción rectamente orientada en el trabajo es positiva pues permite llenar el anhelo de realización presente en el ser humano. Sin embargo, inmersos en la dinámica absorbente que el mundo de hoy nos plantea, pueden darse algunas distorsiones en nuestro actuar.
Cegados por un excesivo sentimiento de logro, consumidos por el hambre de resultados, de éxitos visibles y tangibles, se colocan en un estado tal que no pueden creer que valen si no están haciendo una docena de actividades al mismo tiempo. Son las personas que se creen su “personaje” o el rol que desempeñan en el trabajo. Es decir, creen que son valiosas sólo si son eficaces o si logran objetivos en el puesto que les ha tocado desempeñar. Mientras más éxitos logran más se sienten en la obligación de mantenerlos o lograr nuevas metas, olvidándose quizá de la meta más importante: su realización como persona integral.
Hace algunos años se me acercó alguien que había sido despedida del trabajo por cuestiones circunstanciales. Tenía su autoestima en el piso. “No valgo como persona; he fracasado”, afirmaba con convicción. ¿Me preguntaba qué es lo que hace que una persona sea incapaz de ver que vale no solo por el puesto que desempeña? Esta madre de familia, querida por su esposo e hijos, se había aferrado a tal punto en su “cargo” que cuando dejó de tenerlo, toda su valoración parecía desaparecer.
Muchos, agitados por la vida y presionados por las urgencias no le dieron a su actuar cotidiano el tiempo y el espacio necesario para alcanzar la meta propuesta. No basta correr para llegar a la meta. Es necesario dirigirse en la dirección apropiada. Es por ello fundamental que nuestra acción brote de un profundo conocimiento de nosotros, de lo que anhelamos y esperamos alcanzar para que seamos nosotros los que guiemos cada acción y no la acción la que termine arrastrándonos hacia una pendiente que nos lleve a un precipicio, que nos aleje de nosotros mismos y de las personas que queremos.
Detente un rato; evalúa tu actuar. ¿Están tus prioridades claras? ¿Tu acción te realiza en los diversos ámbitos de tu vida? ¿Qué lugar ocupa el ámbito laboral en relación con los demás aspectos de tu vida? Si no tienes evidencia que has empezado a avanzar en la dirección apropiada nada garantiza que después lo harás. Más bien, cada vez es más difícil retomar la ruta o es muy tarde para hacerlo.
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