En el medio laboral es común observar algunos profesionales que ponen toda su valoración en el cargo que ocupan, en los títulos, o en lo que los demás opinen. Hablan constantemente de sus “logros” como si fuese lo único y más importante. Muchas pueden ser las motivaciones para ponerse una máscara: el deseo de lograr algún ascenso, el pretender el reconocimiento de sus jefes o el simplemente ser aceptado. El peligro de dicho dinamismo es que muchas veces no nos damos cuenta cuándo usamos las máscaras pues nos hemos ido acostumbrando a ellas.
¿Será acaso que en muchos momentos vivimos también de la imagen que queremos proyectar como si fuese nuestro auténtico ser?
El peligro es cuando la máscara muy bien estudiada que nos sirve para conquistar los objetivos se vuelve contra uno mismo. Este proceso puede ser tremendamente esclavizante como lo relata con claridad un consultor internacional llamado Stephen Covey: “Mi superficie puede parecer suave, pero mi superficie es mi máscara, mi máscara siempre cambiante y que me oculta. Debajo está el verdadero yo, en confusión, con miedo, con soledad. Me da pánico que el pensamiento de mi debilidad sea expuesto. Es por ello que fabrico frenéticamente una máscara donde esconderme, una fachada sofisticada que me ayude a pretender, un escudo contra la mirada que conoce. Pero dicha mirada es precisamente mi salvación, mi única salvación. Y lo sé. Es lo único que puede liberarme de mí mismo, de mi prisión autoconstruida, de las barreras que levanté con tanto dolor. Pero no les digo esto. No me atrevo. Tengo miedo.”
Todos necesitamos asumir roles en los lugares que nos toca desempeñar. Es lógico que un jefe asuma el rol de autoridad y firmeza cuando la situación lo amerite. Sin embargo, es distinta la situación de aquel jefe que vive tan aferrado a su cargo que cree que vale en función del “respeto” o admiración que genera en los demás. El problema es cuando nos empezamos a creer y valorar por los roles que ocupamos confundiendo lo que realmente es con el rol que desempeñamos.
En un diálogo que sostuve con un empresario acerca de ideales para poder aportar un cambio a la sociedad, me dijo lo siguiente: “Carlos, yo a tu edad tuve también el ideal de hacer algo por cambiar el mundo. Sin embargo, traicioné dicho ideal y me dediqué a vivir del éxito. Hoy que he conquistado dicho éxito, miro hacia atrás y me pregunto si realmente valió la pena todo lo que he sacrificado pues me encuentro vacío y endurecido”. Estas palabras me impresionaron profundamente pues exteriormente dicha persona aparentaba mucha seguridad y aplomo, pero por dentro estaba confundido y vacío.
Es necesario valorarse rectamente. El cuestionamiento fundamental que debe acompañar a cada persona a lo largo de su vida es la pregunta por su identidad: ¿quién soy? Sólo quien vive auténticamente puede realizarse plenamente. Resulta paradójico buscar el valor en lo externo en vez de valorar lo que llevo dentro. Es como un mendigo que viviese pidiendo limosna a las afueras de su enorme mansión. ¿Para qué vender una imagen, si tengo dentro de mí la obra de arte más valiosa amada por Dios? LidAl momento de morir, nadie nos recordará por la cantidad de títulos o cargos que ocupaste, sino por la manera cómo viviste. Fundamentemos nuestras vidas en lo más auténtico y realmente valioso, y no en las ilusiones que se disipan y nos dejan vacíos.
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