Frente al papel que deberían desempeñar las empresas en la sociedad existen dos visiones antagónicas: 1) La empresa por sí sola tendría el protagonismo, y 2) El Estado tendría la responsabilidad principal de atender las necesidades mientras que la iniciativa privada tendría un papel secundario. En realidad se requiere una visión de síntesis en el cual tanto el Estado como la empresa desempañan un rol insustituible y no excluyente.
Un principio muy iluminador en esta línea es el de la subsidiariedad que plantea la enseñanza social de la Iglesia. Según dicho principio el Estado debe ayudar a los órganos intermedios a cumplir lo que éstos no podrían hacer por sí solos y promover la libre iniciativa de dichos órganos en las actividades que puedan realizar sin depender del Estado. La empresa sería uno de estos órganos intermedios que requieren impulso del Estado para generar las condiciones y motivaciones de invertir, por ejemplo, en beneficio de los sectores vulnerables. Aplicando dicho principio se promovería la recta autonomía de las instituciones sin imponer excesivos controles o pretendiendo copar las funciones propias del ámbito empresarial. Así mismo, tanto el Estado como la empresa, deben ayudar a los órganos inferiores, por ejemplo, los grupos vulnerables a insertarse adecuadamente a la lógica de competitividad que a veces deja de considerar la necesidad de educación o incentivos como créditos para dichos grupos que quedan excluidos de la lógica del mercado o la competitividad.
Los líderes empresariales tienen la misión de generar un cambio cultural en las organizaciones de tal forma que la responsabilidad social no sea una actividad aislada ni una tarea encomendada a un área o grupo de personas, sino que esté integrado en la lógica interna de la organización y sea como el ADN que nutra las acciones de cada uno de sus miembros para impactar eficazmente en la transformación de la sociedad. De esta forma los productos que ofrece beneficiarán a los sectores más necesitados y la cadena productiva incluirá a los grupos vulnerables generando un efecto multiplicador en el desarrollo social.
En conclusión tanto el Estado como la empresa deben unir esfuerzos cooperando mutualmente para apuntar al mismo fin que es el bien común de todos los miembros de la sociedad.
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