La responsabilidad social empresarial se encuentra vigente en muchas organizaciones. Dada la complejidad de la realidad social que se busca atender es necesario tener algunas pautas que permitan evaluar si las empresas realmente están generando el impacto requerido en la sociedad sin caer en improvisaciones o ayudas esporádicas. La responsabilidad social no puede estar simplemente en función de una estrategia de “marketing” o una campaña de “imagen” que se quiere proyectar a la sociedad. La verdadera responsabilidad surge de la identidad de la empresa donde los gerentes y trabajadores estén realmente comprometidos de tal forma que no exista “divorcio” entre empresa y comunidad.
Muchas ayudas sociales que las empresas realizan fracasan cuando no responden a necesidades específicas de la comunidad o cuando no se ha involucrado a través de una metodología apropiada a los beneficiarios en el desarrollo y priorización de los proyectos. El punto de partida de cualquier programa social es generar credibilidad sobre la ayuda que se va a recibir al interior de la comunidad y ayudar a las personas a ser promotores de su propio cambio recuperando la confianza en sí mismas. El factor crítico para lograr este objetivo es que la ayuda no esté sólo orientada hacia el bienestar físico o material, sino que contemple la parte anímica y espiritual de la persona para mantener el horizonte, la vitalidad y motivación de los proyectos sociales.
La solidaridad requiere constancia para que no sea fruto simplemente de una emoción transitoria. Existe el riesgo de emprender algunas acciones y no darles el seguimiento apropiado.. Esto se evidenció, por ejemplo, en la gran cantidad de empresas que salieron al paso de la emergencia de zonas inundadas por el invierno a inicios del año. Sin embargo, son muy pocas las organizaciones que han mantenido dicho apoyo en la actualidad en que los habitantes están sufriendo el impacto de lo acontecido al haber perdido sus tierras.
El reto en los diversos programas sociales es generar las condiciones permanentes para que la comunidad beneficiada vaya dando pasos hacia un auténtico desarrollo en un marco continuo y de mediano plazo. No se trata de generar “dependencia”, sino dar el impulso que las personas necesitan para que puedan ser protagonistas de su propio desarrollo y el de la comunidad entera. En algunos programas de responsabilidad social que asesoramos hemos podido constatar cómo personas de zonas pobres, una vez capacitadas tanto en la parte humana como la técnica, se han convertido en promotores sociales y generan credibilidad : “Si esta persona pudo, ¿por qué yo no?” se cuestionan pobladores de las zonas beneficiadas. El incremento de la autoestima que se genera en las personas que se ven capaces de salir adelante es uno de los objetivos más importantes de todo proyecto social.
La solidaridad, como la explica la Enseñanza Social de la Iglesia, debe ser entendida como la «determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos». La responsabilidad social es tarea de todos como expresó con mucha lucidez en 1985 el Papa Juan Pablo II al visitar nuestro país: “Que nadie se sienta tranquilo mientras haya en el Ecuador un niño sin escuela, una familia sin vivienda, un obrero sin trabajo, un enfermo o anciano sin adecuada atención.”
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