Una acción trascendente

En medio de las urgencias cotidianas muchas veces se dejan de lado aspectos esenciales de la propia vida que fundamentan nuestro accionar. Es muy poco el tiempo y el conocimiento dedicado a entender y responder a las preguntas fundamentales del ser humano.  Para saber qué hacer es necesario saber quiénes somos.

La pregunta por la propia identidad resulta casi enigmática para varios empresarios muy capaces de diseñar estrategias completas para impulsar proyectos, pero a veces con limitaciones para entender el proyecto más importante: nuestra propia vida.

Sin  raíces sólidas  y un norte claro iremos como un barco a la deriva, incluso a veces con la ilusión de estar avanzando por el mero hecho de estar ocupado.  Así lo describía el escritor francés Ignace Lepp: “Se hallan hundido en lo cotidiano y lo cotidiano les basta… Traidores de su humanidad, ya que se niegan prácticamente a reconocer y asumir el carácter trascendente de su naturaleza.”  

El anhelo de trascendencia  se expresa en el deseo que nuestra vida no termine, de dejar una huella en la vida de los demás.  Las motivaciones trascendentes  impiden que nos cerremos en nuestros intereses inmediatos abriéndonos a una mirada más profunda de la realidad. Es posible darle un sentido incluso a las actividades más cotidianas que debemos cumplir en el trabajo o en nuestros hogares.  Una persona, por ejemplo, que sirve un café con una sonrisa o realiza un servicio a un miembro de la organización puede generar un cambio más allá de lo medible.

Las acciones que perduran en el tiempo son aquellas que brotan de  lo más profundo de la persona. Para adentrarse en el misterio de la propia realidad es fundamental atender y priorizar la dimensión espiritual. Al igual que la dimensión corporal se debilita cuando la persona no se alimenta apropiadamente, el espíritu necesita ser cultivado abriéndonos al amor infinito de Dios que ordena e impulsa el despliegue auténtico de nuestro ser

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